Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 10



DIGÁMOSLO con claridad: cuando se asesina inocentes, aunque sea poniendo como pretexto un estado permanente de injusticia o invocando sagrados principios, lo que se hace es asesinar inocentes. Londres, como en su día New York o Madrid, nos llama ante todo a la solidaridad y a la reflexión. A la solidaridad de todos cuantos asumen que el ejercicio de las libertades y los derechos del ser humano constituyen la práctica cotidiana sobre la que edificamos nuestra forma de ser y estar en el mundo. Pero también nos llama a la reflexión sobre el hecho de que, en el mundo que hoy conocemos, los caminos aislados ya no existen. Ya no existen las campanas de cristal en las que un colectivo, un país, pueda encerrarse herméticamente. Como dijo J. F. Kennedy los seres humanos comparten el hecho de respirar el mismo aire, vivir en el mismo planeta,depender en la misma medida de él y, finalmente, ser igualmente mortales. Europa, por su historia y por su cultura, parece haber aprendido definitivamente que la solidaridad y la reflexión –yo diría, reflexión crítica–son los medios ineludibles que han de permitir su permanencia como cultura y como civilización. Precisamente por eso, la conmoción que nos ha causado el acto de barbarie perpetrado en Londres, unida en el tiempo a los resultados del referéndum sobre la Constitución europea celebrado en Francia deben movernos hacia la reflexión crítica desde la solidaridad efectiva de compartir el mismo universo de valores. El único factor al que podríamos tenerle miedo es al miedo mismo porque paraliza, destruye la solidaridad y puede introducir la tentación de recortar el universo de valores y conocimientos que nos definen.

 

Las fechas posteriores al Euroencuentro de Islantilla vienen, pues, definidas por dos acontecimientos aparentemente inconexos que plantean un dilema: la toma de postura de la ciudadanía francesa –y las repercusiones subsiguientes– parecen significar, en opinión de algunos, una negación al principio de unión, justo en el momento en que, después de Londres, más necesaria se hace la reflexión solidaria para la adopción de medidas eficaces. Sin embargo, yo no creo que los ciudadanos de Francia le hayan dicho no a Europa como algunas voces pretenden hacernos creer. Tampoco creo, como sostienen otros, que el resultado negativo se deba a un simple ajuste de cuentas del ciudadano francés con su clase política por

 

 

cuestiones, básicamente, de política interior. En mi opinión, los ciudadanos de Francia no le han dicho no a Europa; le han dicho no a una consagración formal y escrita que no lograba definir Europa según la imagen y la conciencia que muchos franceses –y también muchos europeos– tienen de ella. Cualquier constitución, por muy perfectible que en su futuro pueda ser, señala un punto de no retorno; unas conquistas básicas irrenunciables que configuran la imagen que de si mismos y de sus valores tiene un colectivo humano.

Pues bien, en mi opinión, lo que los franceses han hecho –de acuerdo con el sentir de un buen número de ciudadanos europeos, insisto– es señalar que la imagen que de sí mismos, de sus valores y la imagen que

de los otros ciudadanos y valores europeos obtenían a través de la Constitución era una imagen distorsionada y borrosa. Por consiguiente, es el momento de profundizar en la definición de todo cuanto nos es común, que a estas alturas es mucho, y hacer oídos sordos a los cantos de sirena sobre el futuro de la Unión. Desde este punto de vista, parece igualmente el momento de profundizar en todas aquellas alternativas que en el seno de nuestra Agrupación se perfilaron en Islantilla. Aprovechar el ambiente lúdico y distendido de nuestros Euroencuentros, para crear proyectos de convivencia e intercambios que permitan estrechar las relaciones y el conocimiento mutuo, actitudes que subyacen en los compañeros de Gran Bretaña, Bélgica y Suecia, entre otros.  Simultáneamente, desarrollar marcos de trabajo operativos que le permitan a nuestra Agrupación, a través de AGE, hacerse oír con voz propia en los foros comunitarios,

 

 

plantear alternativas y colaborar con quienes detentan la capacidad de decisión. Ello incluiría la invitación a relevantes personalidades de esos foros decisorios a participar en los talleres de trabajo que tienen lugar en nuestros Euroencuentros. Esta propuesta, particularmente sentida entre los compañeros de Italia, Francia, Portugal y España, entre otros, no sólo no parece incompatible con la anterior, sino que se me antoja plenamente complementaria. Atender, pues, nuestro futuro común y solidario. Definir con claridad los rasgos que configuran nuestros  modos pensar y actuar como ciudadanos de la Unión Europea. Impulsar, mediante proyectos concretos, nuestro mutuo conocimiento y nuestra solidaridad. Actuar como ciudadanos europeos

y como jubilados en los foros que nos son propios y en los problemas que nos conciernen.

 

 

Tales podrían ser los objetivos a desarrollar en nuestros futuros Euroencuentros, porque, llevarlos a cabo, parece la mejor manera de afirmar y proyectar hacia el futuro nuestro común patrimonio europeo.

 

Diego Carrasco Eguino

Profesor de la Universidad

de Alicante