Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 7



HACE dos generaciones, el mundo eraotro. En casa siempre había alguien; casi siempre la madre de familia (impensable que una mujer trabajara fuera de su hogar, como empleada en una empresa). Lo más natural y lo más frecuente era que alguno de los abuelos viviese habitualmente en la familia, que se cuidaba cariñosamente de él hasta el final. El abuelito contaba cuentos y cooperaba a la atención familiar sobre los niños: los deberes, las amistades, a dónde sí y a dónde no... Eran otros tiempos. Hoy no hay nadie en la casa, por regla general, durante el día. La tele ha sustituido a los cuentos. Los deberes, las amistades etc. han pasado a la jurisdicción del ángel de la guarda y los abuelos han desaparecido en los pozos sin fondo de esos morideros de elefantes que son la mayor parte de las actuales residencias de ancianos.

Y con eso hemos tocado el primer aspecto de un gran problema: residencias humanas. Cuando la gran mayoría de los ancianos tiene que pasar en “residencias” los últimos años de su vida, sería imposible (y por lo tanto, ingenuo) esperar que la enorme cifra necesaria de personal de atención se volcase sobre los ancianos con la entrega y el sincero afecto de una relación filial. Lo que en viejos tiempos se daba con carácter de excepción –ovejas negras las hubo siempre–, viene a ser hoy inevitablemente la regla. Bajo el pretexto de que una cierta disciplina es indispensable para que una comunidad numerosa pueda funcionar –lo que es indiscutible–, la disciplina se convierte no en un medio para que las cosas marchen debidamente, sino en un fin en sí misma. O mejor, en un medio para que el personal y la dirección lo tengan lo más cómodo posible. Ese sistema de “reglamento y tentetieso“ está tan generalizado que las residencias caras y “exclusivas“ se anuncian en sus propagandas ofreciendo reglamentos “humanos“, atención “flexible“ adaptada a las necesidades individuales, y respeto a la personalidad y libertad de los ancianos. Lo que debería estar garantizado como cumplimiento de un deber elemental, se ofrece como un servicio extra: “Nos diferenciamos de los demás en que ofrecemos lo que ellos no dan“.

El segundo aspecto del asunto es por lo menos tan problemático como el primero y va muy estrechamente unido a él. Atender a un anciano en todas sus necesidades, a veces muy cargantes e intempestivas, requirió siempre en las familias un dominio de sí mismo, y un espíritu de sacrificio, es decir, un auténtico cariño que sólo de hijos se puede esperar. Si se trata no de uno, sino de muchos ancianos, el personal debe ser lo suficientemente numeroso para que el trabajo sea llevadero,

y la remuneración lo suficientemente alta para que compense el esfuerzo. En otras palabras: Una residencia de ancianos humana es financieramente imposible, al menos para la gran mayoría de los que la necesitan, por la razón evidente de que las Hermanitas de Cruz, de Sevilla, o la Madre Teresa de Calcuta son universalmente conocidas y veneradas porque son eso: excepciones rarísimas que confirman una regla infinitamente más agarbanzada.

Precisamente por eso saludamos con esperanzada alegría el proyecto de nuestros amigos de Alicante de crear una Residencia Modelo.

Lo que no sabemos es qué truco tienen en la manga para conjugar esos dos elementos, ambos indispensables, pero tan irreconciliables como el agua y el fuego: régimen humano y financieramente asequible para el hombre normal. Si lo consiguen, se habrán hecho acreedores a un nuevo premio: el “Nóbel de la Solidaridad Social”.

Eduardo Espert

(Bonn)