Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

PUBLICACIONES

Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 22



Un fantasma recorre Europa: el fantasma del populismo. Supone peligros, precisa análisis, exige comprensión y demanda reacciones tanto colectivas como personales.

1. Es un fenómeno importante
Vaya un rápido recorrido por opiniones de muy diverso origen geográfico e ideológico sobre la importancia que tiene el “populismo” contemporáneo.
En primer lugar, los que, por causa del populismo, temen un inminente colapso del orden liberal iniciado en la post-guerra. Sin llegar a tanto, los planteamientos, tildados de populistas, afectan y afectarán a la Unión Europea. De hecho, las perspectivas expresadas por Jean-Claude Juncker, jefe del ejecutivo europeo, no son precisamente halagüeñas. El hecho es que estos populismos ponen en riesgo la existencia de la Unión Europea. En términos mucho más concretos están los que temen que por esta causa el crecimiento de la Eurozona podría reducirse en un punto porcentual. Algo así como 104.500 millones de euros. Todo ello en el contexto de la deriva securitaria producida en los 14 países europeos analizados por Amnistía Internacional. No se trata, de todas formas, de llegar a afirmar, como hace Richard Falk, que aquí hay elementos pre-fascistas necesariamente. Pero tampoco se trata de negarlo a priori.

2. Quiénes son
Véase la lista de populistas que proporcionaba el periódico ABC (España) a principios de 2016: Bernie Sanders, Donald Trump, Marine Le Pen, Jaroslaw Kaczynski, Pablo Iglesias, Alexis Tsipras, Yanis Varoufakis y Beppe Grillo. La lista, como se verá de inmediato, está incompleta, pero ya permite algunas observaciones. La primera, que incluye, en efecto, líderes de la llamada “derecha” y de la llamada “izquierda” y, segundo, que dentro de un solo país como los Estados Unidos aparece el demócrata más a la izquierda (pre-candidato frente a Hillary Clinton) hasta el punto de haber usado continuamente la palabra “socialismo” y el actual presidente, nada sospechoso de izquierdismo. Hay personas en el gobierno como Trump y Kazynski en la derecha o Tsipras en la izquierda y personas que tienen un muy difícil acceso a él como Varoufakis. Que la lista es incompleta lo muestra un cuadro publicado por The Economist (datos de 2015) que, además, permite ver, de nuevo, que “populista” es un adjetivo aplicable tanto a la “derecha” como a la “izquierda”.
Se observará que, al igual que en el caso de Sanders y Trump, ambos populistas pero de tendencias políticas diferentes -“izquierda” y “derecha” respectivamente-, Grecia proporciona un partido clasificado como populista y que es de “izquierdas” (Syriza) y otro de “derechas” (Amanecer Dorado). El caso italiano solo proporciona dos, la Lega Nord y Forza Italia (el partido de Berlusconi), pero no incluye el 5 Stelle que otros clasifican con base empírica como populista aunque tal vez no tanto como la Lega Nord.
El contrapunto de Donald Trump es necesario ya que no parece que se trate de fenómenos independientes. Tómese una frase como la siguiente: "No me interesa defender un sistema que, durante décadas, ha servido a los intereses de los partidos políticos a expensas de la gente. Miembros de ese club (consultores, encuestadores, políticos, tertulianos y lobbies) se han hecho ricos mientras la gente [...] se empobrecía y quedaba aislada". Podría ser de Pablo Iglesias o de Donald Trump (es de este último). Y el hecho es que, progresivamente, se van organizando a nivel internacional.
Su tendencia a la manipulación les lleva a que sus planteamientos electorales no coincidan con las prácticas conocidas con posterioridad, en el caso de que logren el gobierno como sucede con Trump en los Estados Unidos y con Tsipras en Grecia.
Una advertencia es necesaria: la presencia de partidos o comportamientos políticos clasificados como “populistas” cambia mucho de país a país. Intervienen factores históricos  y geográficos y diferencias en las condiciones políticas y económicas locales como después se verá. Pero, de momento, basta con indicar de los que tal vez sean, desde un punto de vista cuantitativo, los dos extremos de “populismo” en Europa. Por un lado, Portugal, en el que, a decir de António Guterres, “el populismo no da votos” y, por el otro, Italia en el que casi se puede decir que todos los partidos, en mayor o menor grado, son populistas.

3. Cómo los definen
No hay acuerdo en las definiciones. Véanse los siguientes ejemplos:
La primera proviene de una lista que Gino Germani hace a partir de La razón populista, libro del argentino Ernesto Laclau, uno de los inspiradores del partido español Podemos. “El populismo”, se dice en la cita, “generalmente incluye componentes opuestos, como ser el reclamo por la igualdad de derechos políticos y la participación universal de la gente común, pero unido a cierta forma de autoritarismo a menudo bajo un liderazgo carismático. También incluye demandas socialistas (o al menos la demanda de justicia social), una defensa vigorosa de la pequeña propiedad, fuertes componentes nacionalistas, y la negación de la importancia de la clase. Esto va acompañado de la afirmación de los derechos de la gente común como enfrentados a los grupos de interés privilegiados, generalmente considerados contrarios al pueblo y a la nación”. Obsérvese, de entrada, la semejanza que tiene este último punto con las afirmaciones ya citadas de Donald Trump.
La segunda proviene de Moisés Naïm, de origen venezolano, pero en la órbita actual del periódico español El País. Dice así: “Nosotros frente a ellos: el pueblo contra las élites; Catastrofismo: el pasado es terrible; Ellos son el enemigo, interno y externo, que hay que criminalizar; Militarismo frente a diplomacia; Deslegitimar a los expertos por formar parte de las élites; Deslegitimar a la prensa; Debilitar los checks and balances (controles y equilibrantes); Aproximación mesiánica: la solución soy yo”.
El tercer lugar lo ocupa el Global Trends publicado en 2017 por el National Intelligence Council. Su caracterización del populismo, una de las tendencias que, en su opinión, podría trasformar el mundo, es la siguiente: “Los populistas, tanto de derechas como de izquierdas, han estado creciendo a lo largo de Europa. Se caracterizan por su sospecha y hostilidad hacia las élites, la política convencional y las instituciones establecidas. Reflejan el rechazo de los efectos económicos de la globalización y la frustración producida por las respuestas de las élites políticas y económicas a las preocupaciones del público. Los sentimientos anti-inmigración y xenófobos en las democracias centrales de la alianza Occidental pueden debilitar algunas de las fuentes tradicionales de fortaleza de Occidente para cultivar sociedades diversas y promover el talento global. Los movimientos populistas y sus líderes, ya sean de derechas o de izquierdas, pueden aprovechar las prácticas democráticas para fomentar, por un lado, un apoyo popular que consolide su poder a través de un ejecutivo fuerte y, por otro lado, la lenta pero constante erosión de la sociedad civil, el estado de derecho, y las normas de tolerancia”.
Queda una última caracterización del populismo económico a partir de un trabajo de Sebastian Edwards y Duriger Dornbusch. Según ellos, se trataría del enfoque económico que: “pone el énfasis en el crecimiento y la redistribución de la renta mientras reduce el énfasis en los riesgos de inflación y déficit financiero, las limitaciones externas y la reacción de los agentes económicos ante políticas agresivas de no-mercado”. Los enfoques populistas, dicen, “fracasan en resumidas cuentas”, no porque la economía conservadora es mejor sino como “resultado de políticas insostenibles”.
Obvio que no es posible, llegados aquí, proporcionar una definición definitiva. Parece suficiente contentarse con estas caracterizaciones de un fenómeno que, como se ve, no se deja definir fácilmente, dadas sus desdibujadas fronteras con otras propuestas políticas que influyen en la redacción de una propuesta populista al tiempo que esta influye en las de los partidos convencionales. Sin embargo, sí parece tener sentido plantearse qué es lo que está produciendo esta marea que, como se ha visto, no afecta por igual a todos los países considerados, pero sí acaba afectándoles.

4. Qué los alimenta
Como parece que nos encontramos ante un fenómeno que, aunque de fronteras difusas, sí afecta al conjunto de partidos europeos en mayor o menor medida, vale la pena, entonces, preguntarse por los factores que han podido llevar a tal situación.
Hay, primero, factores políticos y el primero es la crisis de los partidos convencionales (en particular, el Partido Demócrata en USA y los socialdemócratas en Europa). Sin embargo el problema es más profundo y tiene que ver con el desasosiego europeo con el funcionamiento de la democracia misma. Los motivos parecen ser muy variados e incluyen la percepción de la corrupción, el aumento de la desigualdad y la percepción de las instituciones públicas como algo en lo que no se puede confiar.
Aparece, en segundo lugar, el campo cultural, las mentalidades y lo que se puede llamar “cultura del tuit”. Se trata del papel que han jugado las nuevas tecnologías de la información que, si bien, efectivamente, proporcionan mejor acceso a noticias y datos, corren, por otro lado, el riesgo de producir esas “burbujas ideológicas” mucho más acusadas que las producidas por los medios convencionales cuando se leen los periódicos y se siguen radios y televisiones que coinciden con los propios prejuicios. con claro predominio del sentimiento sobre los hechos.
En el terreno económico, la crisis iniciada en 2008, ha hecho caer la renta disponible y la riqueza de muchas familias y ha golpeado con particular dureza a los jóvenes. Como es sabido, la frustración produce agresividad y la agresividad busca un objeto sobre el que descargarse en forma de autodestrucción (aumento de la depresión y, eventualmente, de los suicidios), violencia callejera y búsqueda de objetos (reales o ficticios) a los que declarar responsables de la propia situación.
Es igualmente generalizable la situación de las clases medias, temerosas de caer en la pobreza, inseguras sobre su futuro como desempleado o como pensionista. La inseguridad es una situación que pide seguridades, a ser posible sencillas.
La crisis económica ha tenido un efecto importante sobre casi todas las sociedades, a saber, que “los poderosos se han hecho más poderosos y los indefensos más indefensos”, como tendencia general. De esta forma, la desigualdad social ha crecido dentro de los diferentes países y, en particular, dentro de la Unión Europea donde, además (y esto es particularmente importante) la situación de la justicia social o la percepción de la misma se ha deteriorado.
Pero el problema es el de la polarización, o sea, situaciones en las que los extremos de esa escala, ante la disminución de los elementos intermedios (las clases medias), generan formas de enfrentamiento en las que no se excluye la violencia, en su extremo mediante la revolución o la represión militar/policial. Es claro que esas opciones dicotómicas pueden reforzar tendencias hacia la polarización, pero no se trata de sus causas que, en términos tanto clásicos (Karl Marx) como contemporáneos (Warren Buffet) se pueden llamar “lucha de clases”.

5. Qué hacer
Se puede construir una lista de lo que se puede hacer como mayores en términos personales, pero también colectivos en ámbitos desde lo familiar a la participación en sistemas educativos y mediáticos. Sería esta (que se amplía en el texto completo):
1. Contrapeso (no negación) de la cultura del “tuit”: educar en los medios. 2. Contrapeso a la cultura “adamista”: el pasado existe (de ahí Intergeneraciones). 3. Sentimiento, pero racionalidad según haga falta. 4. Imágenes, pero ideas. 5. Grupo, pero individuo. 6. Darwin, pero Kropotkin: competitividad, pero ayuda mutua.
Los presagios que permite el presente texto pueden ser suavizados por lo dicho en este último epígrafe: también son perceptibles, en la Unión Europea. tendencias acordes con estos puntos que se acaban de enumerar. De cuál de las dos tendencias acabe dominando (nunca desaparecerá ninguna de ellas), dependerá el futuro inmediato, pero, como sucede con el Tao, no se excluye que sigan sucediéndose como han hecho hasta ahora, por lo menos en esa Europa de la que forma parte la Unión Europea. Chi vivrà, vedrà.

José María Tortosa
Conferenciante invitado
 mundomundialtortosa.blogspot.com