Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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       La crisis financiera y las personas mayores
Isabel Jonet

Queridas señoras, queridos señores,

Permítanme comenzar dando las gracias a la excelente organización de este Euroencuentro por su grata y amable invitación.

Voy a tratar de debatir el tema propuesto, con toda la humildad, consciente de mis limitaciones ante tan distinguida audiencia. En primer lugar trataré la crisis y las reflexiones que esta me suscita, sobretodo en referencia las personas mayores. A continuación, trataré el papel que este grupo de edad y la llamada sociedad civil pueden tener en la salida de la crisis.

Podría haber optado por una ponencia sobre las consecuencias para aquellos que, tras toda una vida de trabajo, a menudo muchas horas más de las concertadas, con perjuicio del tiempo que dedicaron a sus familias y a sí mismos, han previsto una jubilación sosegada, con beneficios determinados y suficientes para todas sus necesidades. Y que ahora asisten, con cierta ansiedad, a la incertidumbre del modelo, resultado de la crisis financiera que asola al mundo de forma arrolladora y dolorosa.

Pero antes de todo, me gustaría aclarar algo. Creo en las cualidades de la economía de mercado. Por ello creo que soy liberal, a pesar de que el concepto esté un poco pasado de moda y asumirlo hoy en día sea casi fuente de vergüenza. De hecho, es por ello que prefiero la “sociedad civil” al crecido papel del Estado.

Por otro lado, sé que las situaciones de crisis, aunque crueles para muchos de aquellos que las experimentan y sufren sus consecuencias, son necesarias y traen consigo el elemento regenerador y la bobina precursora del desarrollo que hace que las sociedades avancen y creen más riqueza y trabajo.

Con esto no intento minimizar la dimensión y el impacto de la presente crisis. Tampoco voy a hacer escritos acusatorios ni buscar responsables. Prefiero evitar el debate sobre el plano teórico, ya que me parece estéril y poco constructivo. La verdad pura y dura es que estamos ante la mayor y más global crisis económica y financiera que jamás haya conocido el Mundo, y no estoy segura de que pronto podamos “ver la luz al final del túnel”, al contrario de lo que muchos se empeñan en forzar como percepción, cambiando así sus deseos por la realidad.

Por lo tanto, al contrario, lo que me parece interesante es que todos intentemos encontrar soluciones para poner fin a esta crisis y, sobretodo, preparar un futuro en el que las probabilidades de que vuelvan a suceder situaciones de esta naturaleza sean menores. Y aquí creo que las personas mayores tienen un papel importante que desempeñar.

Mi experiencia profesional más reciente me ha mostrado que los recursos son todavía más escasos de lo que sospechamos, a pesar de la cultura de derroche y de ficción propagada en nuestras sociedades y que, eso mismo, nos limita la capacidad de discernir la realidad. Y que, sin duda, todavía más grave, estos recursos están peor distribuidos de lo que pensamos.

Esta experiencia también me ha demostrado que es posible hacerlo mejor. Creo que la situación que vivimos constituye una oportunidad única para reflexionar sobre los errores que hemos cometido y para corregir un curso que, tarde o temprano, con más o menos crisis, más o menos profundas, nos conducirá ciertamente, sin querer desempeñar el papel del "Velho do Restelo", al abismo como sociedad y civilización.

Estoy sinceramente convencida de que una parte de la receta para resolver la situación actual, y para reducir la probabilidad de una recurrencia tan impactante como esta, pasa por entendernos todos, en el plano colectivo e individual, y debemos hacer un esfuerzo para volver a la “esencia de las cosas".

Debo admitir que, mientras tanto, el Estado debe asumir una parte de sus responsabilidades, sustituyendo a la iniciativa privada, incrementando su papel regulador, en suma, aumentando el déficit y la deuda pública, a fin de aliviar el presente, que, tengamos todos consciencia de ello, siempre significará, por contrapartida, gravar el futuro y la cuenta que deberán pagar nuestros hijos y nietos, a pesar de no tener ninguna responsabilidad en lo sucedido.

Habría, ante todo, deseado evitar que nuestra generación legase esta herencia a nuestros descendientes. Y que no existiera la más mínima amenaza para nuestros pensionistas. Sin embargo, no veo que haya alternativa.

Asimismo, es fundamental hacer frente al desempleo, y no por ello tener que recurrir a formulas fáciles, más propiciadoras de comportamientos acomodadizos. El desempleo va, de hecho, a continuar extendiéndose en particular entre muchas familias de la denominada clase media y las llevará a la clase sobreendeudada, atraídas por un espejismo de consumo fácil, que verán como se reduce drásticamente su poder adquisitivo y sufrirán la necesaria alteración del nivel de vida al que irrealmente se habían habituado.

En este contexto tampoco podemos olvidar otras capas de población más desfavorecidas, precisamente las más afectadas por esta crisis y de las que menos se oye hablar: las personas mayores, muchas veces poco cualificadas desde un punto de vista tecnológico y los jóvenes recién llegados al mercado de trabajo. Los primeros, no poseen una gran capacidad de reacción y, una vez más, soportarán los efectos de la crisis, con una renta cada vez menor; los segundos, frustrados en las expectativas que falsamente fueron construyendo, de un mundo en el que todo parecía fácil y garantizado, pueden incluso generar movilizaciones sociales, como ya ha ocurrido en algunos países.

A nivel mundial, en los países menos desarrollados y con grandes sectores de población ya muy por debajo del umbral de la pobreza, esta crisis tiene la fuerza para inducir consecuencias devastadoras. No es posible que los Gobiernos eludan esta realidad y el potencial de enormes trastornos que pueden ser el resultado de su incapacidad para hacer frente de manera adecuada.

Ese es el papel insustituible del Estado, que de todos modos debe ser ejercido con moderación y bajo vigilancia.

Y nosotros, como sociedad civil, ¿cuál es el papel que, de forma individual o colectiva, podemos desempeñar para contribuir a la solución de la crisis y para que, solucionada esta, no le suceda otra, quizás incluso a corto plazo y aún más violenta?

No creo que se trate de un papel insignificante, sino todo lo contrario. Este pasa por negarse a la facilidad y a la indolencia. Significa tener que cambiar hábitos instituidos y sobretodo “vivir en la realidad”, reeducando comportamientos y readquiriendo sobriedad en el modo de vida, en las decisiones personales. Hay que volver a infundir valores, sobretodo el respeto a los demás y a la naturaleza, la verdad, la justicia, la tolerancia, la participación, e invertir el espíritu consumidor e inmediato que impera en las sociedades actuales, de forma transversal, sin medir consecuencias ni efectos a nivel individual o colectivo.

Y es en este retorno a la “esencia de las cosas” que preveo esencial el papel de los mayores. Desde luego, pues al haber vivido de otra forma y teniendo ahora más tiempo y desapego afectivo, poseen una ventaja incomparable: pueden tener una mejor percepción de los problemas y de las mejores maneras para solucionarlos. Debido a que ya los vivieron. Su gran valor añadido está precisamente ahí. Serán en muchos aspectos más eficaces y creíbles que cualquier otro grupo de edad para llevar adelante un programa que promueva el desarrollo sostenible global, tanto a escala nacional como internacional, con todo lo que ello implique. También, para dar ejemplo a los más jóvenes. Advirtiendo de la importancia de ser capaz de vivir con valores que hoy en día no parecen tener sentido pero que son el fundamento de todas las sociedades sostenibles.

Y hablamos no solo de su papel dentro del ámbito nacional, sino, sobre la redistribución de la riqueza a escala global y de los problemas medioambientales, también de su contribución para la resolución de graves carencias sociales a nivel nacional, o incluso de su contribución para poner el foco de atención de la opinión pública y mediática en las externalidades sociales y medioambientales, haciendo hincapié en ese concepto tan actual como promisorio del voluntariado y del envejecimiento activo.

Esto es una realidad, una evolución que, a mi entender será todavía más evidente, y así se desea que sea, en estos tiempos en los que buscamos no solo una salida duradera de esta crisis, pero sobretodo una vía sostenible.

Estoy convencida de que es en el aprovechamiento de todos, jóvenes y mayores, en la combinación y ponderación adecuada entre el papel inevitable del Estado y el necesario de la sociedad civil y de la iniciativa privada donde está la clave para superar esta situación de crisis económica y financiera, esta gran oportunidad que no podemos dejar pasar en vano, bajo pena de desperdiciar una oportunidad única, echando mucho a perder.

Está en nuestras manos contribuir para superar este desafío. Muchas gracias.